jueves, 9 de junio de 2011

Aricatuy

LAS AVENTURAS DE ARICATUY

En las aldeas indígenas había muchos niños que alegraban con sus travesuras la vida de la aldea.
Hoy les voy a narrar una anécdota sobre un pequeño de 7 años de edad, llamado Aricatuy, que era tan tremendo, pero tan tremendo y avispado como tú.
En aquellos tiempos no existían nintendos, computadoras, ni televisión, así que los niños tenían que ser muy creativos para divertirse haciendo cosas diferentes. Inventaban sus propios juegos o practicaban los que sus padres les habían enseñado, algunos que aún se juegan en este siglo XXI.

Aricatuy se iba hacia la montaña en compañía de sus amiguitos Orito y Caicatel vecinos de su tribu. Caminaban y caminaban mucho y al llegar a lo más alto se sentaban a decidir que iban a hacer ese día para pasarla bien.



Podríamos recolectar chicharras decía Orito. O atrapar lagartijas propuso Aricatuy. Y hacer competencias con los tuqueques, agregó Caicatel, el más chiquitín.
La propuesta de las competencias ganó la aprobación de todos y así se dispusieron a cazar lagartijas, correteando entre los matorrales.
Luego de mucho corretear a los pobres bichitos y cuando cada uno tenía el suyo, decidieron marcar en la tierra las dimensiones y señales para formar tanto la pista de las carreras como la meta, usando par ello piedrecitas y hojas de eucalipto.
Una vez que los competidores estaban listos y alineados en la pista se anunció la largada, con el agudo sonido del silbato hecho de caña de Caicatel y entonces salieron corriendo como locos esos tuqueques.
El tuqueque verde de Aricatuy era muy veloz, pero de vez en cuando se desviaba probablemente con la intención de regresar a su madriguera.
Orito, que era muy vivo, empujaba a su lagartija anaranjada ayudándose con una ramita y Caicatel por otro lado le echaba agua a su sabandija para apresurarla.
-Corre mi bichito-decía Aricatuy
-Dale duro mi naranjita decía Orito
-Gánales a todos mi tuquequito- dijo Caicatel
Los animalitos comenzaron la carrera y ante los asombrados ojos de los muchachos, todas las lagartijas casi al final de la meta se salieron de las líneas de la pista y se escaparon, paticas pa que te tengo huyendo por esos montes.
Ese día ninguno ganó la competencia, pero aprendieron que lo importante no es ganar sino competir, pero sobre todo compartir con los amigos. Se fueron muy contentos cada uno a su choza a comentarles a sus hermanos la aventura de ese día
María Virginia Valera

LA BICICLETA AZUL. Cuentos hatillanos para niños

María Virginia Valera Zerpa




LA BICICLETA AZUL
Hace algunos años en una humilde vivienda situada a orillas de la quebrada de Tusmare vivía una familia formada por Juan y Merly Falcón y sus 5 hermosos hijos. El pequeño José de sólo 7 años de edad, era un chiquillo muy especial lleno de sueños y de la fantasía propia de los años de la infancia. Este muchachito solía ayudar a su padre en el diario quehacer.
Juan, albañil de oficio, desempeñaba pequeños trabajos de construcción en los alrededores del pueblo de El Hatillo, Sabaneta y Turgua. Cuando salía por las mañanas, José se iba con él y se quedaba en su escuela en La Unión. Al terminar la jornada escolar, José corría con entusiasmo hacia la obra, para auxiliar a su padre cargando materiales livianos y haciendo mandados a la ferretería.
El chiquillo tenía un gran sueño; poseer una bicicleta para ir a la escuela. Pero sus padres eran muy pobres para comprarla y el trabajo que realizaba en la obra no le aportaba suficientes ganancias para adquirirla. Pero él venía reuniendo dinero durante todo un año, sin embargo sería realmente imposible, por eso le pidió al Niño Jesús que se la trajera esa Navidad.




Todos los días cuando terminaba el trabajo y las materias en la escuela, nuestro amiguito se acercaba a la iglesia de Santa Rosalía y le rezaba con devoción a Jesús:
“Jesús tú que eres un niñito como yo, sabes lo bueno que sería tener una bicicleta. Con ella llegaría bien tempranito a clases y regresaría a tiempo para colaborar con papá en la faena”. Me gusta mucho una azul que hay en la tienda del Sr. Toribio. El dijo que la podía reservar pero sólo hasta el 20 de diciembre, porque si aparecía un comprador, con mucha tristeza tendría que venderla puesto que precisaba del dinero para arreglar su casa. Por eso le prometí trabajar muy duro para completar el importe.
Frente a la juguetería, se encontraba un negocio de artefactos eléctricos propiedad del Sr. Contreras. Este tenía un hijo que iba al mismo grado con José y conocía al detalle la cantidad de tiempo que éste venía reuniendo monedas, para poder llevarse el anhelado juguete. Contreras habló con Toribio pidiéndole que no vendiera esa bicicleta augurando que nuestro pequeño finalmente sería el dueño de la misma.
Cuando José pasaba frente al negocio, Don Toribio se entristecía al ver la ilusión dibujada en su carita al observar el objeto de sus deseos. Imaginaba lo triste que sería la Noche Buena para el chiquillo de no poder obtenerla. Pero siempre existía la probabilidad de que el dueño de la tienda de las neveras ayudara a que ese sueño se cumpliera.

Los Falcón, tenían muchas carencias básicas que cubrir antes que comprar juguetes para sus chicos, por lo que Juan y Merly se encontraban abatidos ante la proximidad de aquella Navidad y en especial por la gran alegría con que estos esperaban los presentes. Sólo un milagro podría ayudarlos.

Así las cosas, los días decembrinos pasaban rápidamente. El colegio cerró sus puertas por vacaciones y Juan, gracias a Dios, tenía mucho trabajo. Numerosas familias remodelaban sus casas aprovechando el dinero extra que entraba en sus bolsillos en estas temporadas.
Para José la alegría de poseer esa “bici” le hacía imaginar que estaba cada vez más cerca lograrlo. El se había portado bien y había colaborado con su padre en todo lo que le pedía. Fue un buen chico en el cole y aprendió rápido a sumar y restar. Se comía completica, la arepa con mantequilla que todos los días le hacía su madre. Tomaba sin chistar la avena, que le daba el abuelo Pedro por las noches y siempre se lavó las manos antes de tocar la comida. El pensaba que se merecía un premio. Pero para estar seguro de conseguir su meta, no dejaba ni una sola noche de pedirle al Niño Dios que se acordara de su encargo. Pero de todas maneras, si no se podía, él lo comprendería y esperaría aunque sería muy chévere que fuera para este año.

La mañana de ese 24 de diciembre, a pesar de no haber podido completar la suma necesaria, el muchachito estaba tan feliz que se le olvidó de comer porque sólo pensaba en la bicicleta de la tienda de don Toribio. En la tardecita, se acercó a verla de nuevo, pero para su sorpresa ya no estaba en la vitrina. Angustiado entró y preguntó por ella y Don Toribio le informó que se había vendido. Para José no había peor noticia, se metió su dinero en el bolsillo y pensó en guardarlo hasta otra oportunidad. Anduvo todo el día distraído, la abuelita Carmen lo llevó con ella hasta el mercado a comprar lo que faltaba para la cena de Noche Buena y la siguió callado todo el camino, a pesar que acostumbraba ir parloteando todo el trayecto. Trajo las bolsas hasta la casita de arriba donde vivían los viejitos. Descansó un ratito de la caminata, mientras se tomaba un guarapo de papelón con limón que le preparó la abuela.

De regreso, a casa se encontró en el camino con sus hermanos mayores, que venían cargados de paquetes para esa noche y caminó con ellos a casa. Trabajaban para el auto- mercado y sus patrones les obsequiaron embutidos, frutas y galletas para la cena, así que venían sonriendo alegres mientras le contaban a Merly que traían muchas cosas ricas para todos.
Las niñas arreglaban la mesa para el festín navideño; las hallacas de mamá se estaban calentando en el fogón, la ensalada de gallina estaba casi lista. El chepe preparado por la abuela olía sabroso, ni que decir de las Pelotas, el Cabello de Angel y un pan de jamón que descansaba sobre la mesa adornada para la ocasión con flores del campo.

Luego de disfrutar la comida, producto del trabajo de las damas de la casa, entusiasmados cantaron villancicos y aguinaldos típicos de nuestra tierra. El tiempo pasaba rápidamente y llegó la hora en que el sueño cierra los ojos de los más pequeños y se fueron a dormir a una cama que compartían los tres en un rincón de la habitación. José bostezó y cayendo suavemente en la cama se dejó llevar por el mundo de la fantasía. Se encontró de pronto en un bello jardín jugando con otros muchachitos de su edad y a su lado tenía amada su bicicleta azul. Los otros chicos disfrutaban alborozados de sus variados regalos: carritos, patinetas y muñecas.




Amaneció y nuestro pequeño se levantó tempranito para ver que le había traído el Niño Dios y medio dormido se dirigió a la sala a ver qué ocurría, porque todos reían y gritaban de contentos. Se quedó paralizado, al ver esa brillante y espectacular bicicleta azul con un gran lazo esperando por él. Sus ojos se llenaron de lágrimas y no paraba de decir “Yo lo sabía, yo lo sabía, no me podía fallar, yo lo sabía, gracias Jesús”.
Juan y Merly se miraron con amor y dieron gracias al Señor que les concedió el favor de hacer dichosos a sus muchachos esa Navidad.
Porque sepan queridos niños, que los sueños se hacen realidad cuando lo deseamos de todo corazón. Porque existen personas maravillosas que hacen posible la fantasía de los niños.

miércoles, 1 de junio de 2011

La fundación de El Hatillo

El Rey Felipe V de España emitió una Real Cédula, que permitía emigrar a América a aquellas personas que así lo desearan. La llegada de familias canarias, marca el nacimiento de una sociedad que huía tras 7 años de hambruna y pestes. Fue la fertilidad de las tierras hatillanas uno de los principales incentivos, para motivarlos a escogerlas como hogar, ya que la gran mayoría eran agricultores de oficio.
De León, García, Pérez del Castillo, Guevara, Fagúndez, Galindo, Marrero, Viana, y Montilla son entre otros los principales apellidos de la época.
Baltasar De León García, octavo hijo del capitán Francisco De León, participa con su padre y sus hermanos en el muy recordado movimiento agrario contra los abusos y el monopolio de la Compañía Guipuzcoana. Razón por la cual fue apresado y llevado a Cádiz a cumplir condena en la prisión del Arsenal de La Carraca. Allí muere Don Francisco víctima de una epidemia de viruelas.
Baltasar luego de cumplir su pena llega a Caracas, busca la casa familiar de la plaza de La Candelaria, la cual encuentra arrasada por orden de la Justicia Real y con una humillante inscripción pública, que ordenaba derribarla y sembrarla de sal como castigo a los De León por rebeldes y traidores a la Real Corona.
En vista de ello decide ir a Panaquire, pensando encontrar amigos, ya que el pueblo fue fundado por su padre, pero temerosos de sus ideas subversivas le negaron apoyo. Se retira a un lugar montañoso cercano a Caracas y adscrito a los indios mariches.Donde se habían asentado 180 familias de origen canario labradores como él y decide llegar al sitio conocido como Jatillo, o Hatillo una deformación lingüística de “hato pequeño”.

Al llegar a los caseríos, De León fue bien recibido por familiares y amigos que lo aceptaron casi de inmediato como dirigente nato. Luego solicita al Obispo Diez Madroñeros, con el apoyo de lugareños, permiso para construir la hoy Capilla de El Calvario, en honor a Santa Rosalía De Palermo y como agradecimiento por librarlo de morir de viruelas. Esta capilla vino a resolver la falta de sede religiosa puesto que sólo contaban con ermitas. Se edificó en bahareque y techo de palmas, de una sola nave con un portón en su fachada principal .Esta se encuentra dos niveles por encima del resto de las edificaciones, creando una línea natural divisoria entre el casco central de El Hatillo y el barrio El Calvario.En 1766 se envía un documento a Diez Madroñero Obispo de Caracas, solicitando permiso para dedicarla a Santa Rosalía de Palermo, patrona de las pestes, quien le había salvado de contraer la viruela en Cádiz.

Don Baltasar, de acuerdo con el resto de los pobladores puso todo su empeño en hacer de El Hatillo una población independiente de Baruta y pasó varios años tratando de lograrlo.
Hace 227 años en que gracias a su gestión, el 12 de junio de 1784, el gobernador Manuel González y el Obispo Márquez, declararon oficialmente la autonomía de El Hatillo, ante los habitantes allí reunidos. Queda pues fundado por Don Baltasar De León, como consta en el acta la elevación a Parroquia y su separación de Baruta, documento que se encuentra en el archivo del Arzobispado.